Crónicas de Floki y Frida. Volumen I

la noche pasada había llovido.La brisa helada se sentía en los pies descalzos. Tomé unas botas de esas de esquimal, quería mantener mis dedos calientes. Dormí con el arrullo de la lluvia, los enanos de cuatro patas también. Suelen acurrucarse en sus casas de madera, o, finalmente, si les hace mucho frío duermen juntos. A pesar de que las patas largas de ambos choquen en medio de la casa de madera, el calor fraterno no les falta.
Estaban sentados, inmutables frente a Daniela. Asumo que tenían muchas preguntas en su pequeña cabeza. ¿Por qué ya no está en la casa? ¿De dónde viene? ¿Por qué siempre está con ese barbijo en la cara? Asumiendo que saben lo que es un barbijo claro.


Sus cabezas se movían de izquierda a derecha mientras seguían los pasos apresurados de mi papá. Los veía de lejos, aún estaba abrigándome para enfrentar la brisa helada. En cuanto abrí la rejilla no corrieron a saludar como siempre. La escena que estaba ocurriendo en la puerta era más interesante. Solo Frida giró la cabeza en dirección a mí, e inmediatamente me ignoró. De repente, de uno de los arbustos del pasillo saltó Floki, le faltó hablar y decir ¡sorpresa!
Tenían hambre, el estómago era más fuerte que cualquier fiesta al humano que acababa de levantarse. Miraban fíjamente las bolsas de pan que mi hermana nos alcanzaba por la rendija de la puerta. Izquierda, luego derecha, su vida parecía depender de ello. 
Los humanas estaban lavando las verduras, sacando ropa una y otra vez, aún no habían servido el desayuno. Así que la pequeña Frida comenzó a buscar su comida.
Fue un llamado a la conciencia del comportamiento en cuarentena, de repente solo escuché ¡por qué eres así! ¡No tienes que ser así, qué pasa contigo!
No supe si reir a carcajadas o salir en su defensa, la pequeña Frida fue sorprendida intentando robar los pocos frutos de arándano de las ramas. Los pocos que los pájaros no habían asaltado aún.
¿Fue acaso un acto de protesta? Rebeldía quizás, no le importó. Siguió jugando como siempre, y se escurrió entre mis piernas para explorar la sala.
Aquellas llamadas de atención de mi papá entraban y salían por sus orejas caídas. Y esos actos de rebeldía casi siempre terminaban en los mismos gruñidos característicos de la pequeña. Esos que usa cuando está dormida e incómoda, esos que espontáneamente salen cuando la levantas entre tus brazos, o esos que fueron muestra de dolor cuando se recuperaba de su cirugía. 
Pensé en este episodio de sus vidas y la mía, les llamo la generación pitita, porque no se inmutan con los cohetillos de año nuevo, o esos que son para celebrar un gol. No, ellos nacieron en medio del estruendo, cuando las calles estaban paralizadas y los letreros de "Bolivia dijo No" abundaban.
Tal vez por eso tanta rebeldía, tan poco miedo a los estruendos. Pensé en escribirles este relato, y con la picardía de siempre miraron al lente de mi cámara, cómplices de lo que estaba pasando por mi mente. Finalmente, ellos son dulce compañía. 


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