Aislamiento

¿Alguna vez vieron esas campiñas inundadas con flores silvestres alrededor?
Así imaginaba mi casa, las flores sobrevivían al frío otoño, los restos del verano era pequeñas flores amarillas. Es más eran una tupida cortina de flores amarillas en las que si escuchabas con cuidado, el ambiente era musicalizado por el zumbido de cientos de abejas de todos los tamaños y clases.

De pronto, el aislamiento era llevadero, estaba en esa pequeña casa de campo, en mi lugar favorito. Años atrás mi hermana se había propuesto cambiar drásticamente el jardín, y ese pequeño trozo de tierra se había ganado todo mi favoritismo.
En él, hay una especie de banca de madera, está inconclusa, suele espantarme de vez en cuando porque no está fijada con clavos al soporte principal, y constantemente mi alma se va y vuelve a entrar cuando encuentro el equilibrio. Lo complementan algunos arbustos y plantas sobrevivientes de las travesuras y constantes pisadas de dos cachorros increíblemente inquietos. También alberga dos piedras grandes que solía saltar con facilidad cuando era niña imaginando persecuciones y surcaba mares en mi niñez.
Uno de estos días, específicamente el día no me acuerdo qué de la cuarentena, busqué mi rincón favorito en la casa. Mis compinches (esos cachorros traviesos) como siempre me seguían al lugar al que fuera, me sentí en mi baca favorita pero insegura al mismo tiempo, intenté continuar con mi libro mientras ellos exploraban qué de nuevo había en las piedras. Nunca logré concentrarme por completo.


Mis compañeros del club de lectura acechaban mi marcador de libros  (un indefenso conejo de tela que seguro estaba intimidado de caer en los dientes de esos dos) en lugar de sentarse a escuchar lo que leía y nos rodeaba una intensa luz dorada que me tentaba a tomar fotografías.
Decidí ser tentada por la luz, esa que muchos fotógrafos esperan por horas para una toma perfecta, para mi fue el calor de lo que buscaba mi corazón, quería dejar de pensar, pero sobre todo, dejar de extrañar.

Tomé fotos, les tomé fotos a ellos, las pocas en las que se quedan inmóviles y quise volver a mi libro otra vez, jamás tuve éxito en mis intentos. Ni las manualidades que dicen que distraen, ni la música ni las palabras suplirían a las mitades que estaban faltando.
Me quedé mirando al vacío, inmersa en mis pensamientos, pensando en el grosor de las palabras para expresar descontento, por completo ignoré al méndigo mosquito que se aprovechaba de mi ausencia. Sin darme cuenta esa "golden hour" había llegado a su fin, y aquel momento en mi lugar favorito fue interrumpido por el brusco aguijón del mosquito perforando mi dedo.
Pinchazo para volver a la realidad, intentar mover las manos para matarlo, automáticamente empecé a moverme, caminé nuevamente hacia la realidad. Esa en la que volví a extrañar, esa en la que tomé mi teléfono y automáticamente escribí "soul" en Spotify, tomé unas hojas blancas, un lapicero, y escribí sobre lo mucho que dolía extrañar.

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