También fui niño
Gabriela
Alejandra Agreda Zambrana
Cuando
era niña recuerdo que mis juegos favoritos acontecían dentro de la casa. Tenía
la vida resuelta, una casa desmontable para las muñecas. La oficina para
“Barbie”, el dormitorio, la sala, el comedor, prácticamente cada navidad mis
tíos aumentaban mi arsenal de juegos. Lo único que lamento es que nunca me
regalaron el baño para “Barbie” pobrecitas mis muñecas siempre tenían que ir al
jardín.
Si
decidía salir al patio jugaba a “la cocinita” y mi hermana mayor tenía que
sufrir mis inventos que en ocasiones solían ser caprichos; sin embargo jamás
traspasé las fronteras de mi hogar, los juegos de mi infancia se desarrollaron
entre cuatro paredes.
Pero
esta historia no es sobre mí, aproximadamente hace unos cuarenta años las
calles del barrio temporal (hoy Luis Taborga) estaban llenas de jóvenes y niños
que no hacían otra cosa más que jugar.
“Recuerdo
que hacíamos las carreras de autitos, era lindo eso”, dice Jorge Zambrana
mientras rememora el pasado. Los cochecitos hoy en día están fuera de uso, sólo
necesitas un control remoto y estás listo para jugar con uno de esos; ¿cómo
jugaban en temporal? Se utilizaban carritos hechos con latas de sardina,
rústicos, pero siempre útiles para jugar. Una ocasión se organizó una carrera
de autitos, el punto de partida la esquina de calle Luis Taborga y
Circunvalación todos los niños iban corriendo contra todo obstáculo
(riachuelos, barro, etc.) llevando por detrás a sus cochecitos que seguían a
sus dueños atados a un cordel.
¡Parecía
lejos! Me dicen mientras escucho atentamente su relato, inevitablemente
construyo esa imagen en mi cabeza asimilando cuánto ha cambiado la zona. El ser
niño no significa jugar sin reglas. La inscripción a la carrera tenía un costo
de 50 centavos, podían participar todos,
pero ojo tres vuelcos de tu cochecito y estás fuera. ¡Cuidado ya te volcaste
tres veces! Estas fuera le voy a decir al Huguito (Hugo Patón, el organizador
de la carrera). No importa todos siguen corriendo, lo importante es terminar la
carrera. Suena un coro de carcajadas al recordar lo que obtenían los ganadores,
tres galletas y un abrazo, gloria merecida por el esfuerzo empleado.
Aproximadamente
en los años 60 (el boom de los Beatles) curiosamente fue el boom de los “Traviesos”;
los lotes baldíos que circundaban el barrio servían como escenario para que
hagan sus presentaciones. Henry, Daniel, Hugo y otros chicos formaban parte de
este grupo, Jorge y Beatriz (que crecieron en el barrio) recuerdan que la
característica de los traviesos eran los trajes formales, corbatas delgadas,
una chaqueta y como complemento una cachucha sobre sus cabezas. Si la
vestimenta era algo importante la performance aún más, no había dinero para
comprar instrumentos, pero el ingenio era mucho mayor. Las guitarras eran
elaboradas con cartón, la batería sonaba al ritmo de unas latas de diferentes
tamaños y la música sonaba a través de la radio; y los traviesos interpretando
las canciones favoritas de los Beatles y La joven Guardia (grupo argentino de
moda en ese entonces).
Me
gusta jugar voleibol, menuda coincidencia con los chicos del barrio Luis
Taborga, no tuve la misma suerte que ellos, siempre fueron compañeros de juego,
cuando eran niños y cuando fueron haciéndose adultos. ¿Te acuerdas? A las cinco
de la mañana los chicos del barrio tenían un silbido característico, todos los
jóvenes del barrio salían de sus casas a practicar voleibol. Después de
disputar unos partidos a las siete de la mañana todos retornaban a sus hogares
para bañarse y estar listos para ir a la escuela.
Mientras
escucho a los vecinos (hoy adultos todos) dibujo una sonrisa en mi rostro, y me
pregunto ¿cuándo fue que perdimos el compañerismo? Mis vecinos son todos unos
extraños, a penas intercambio saludos con unos cuantos, si es que nos pasamos
de largo sin saber que vivimos en la misma cuadra. ¡Jamás tuve una carrera de
coches! Mucho menos un premio por correr el manzano sólo por el gusto de haber
arrastrado un vehículo precario.
Todos
crecemos, incluso los “traviesos”, los conciertos, las carreras quedan atrás
para que los “chicos” enfrenten nuevas etapas, pre militar, universidad, etc. A
veces voy por el barrio, ya no hay lotes baldíos, la calle está asfaltada y
escucho de lejos ese silbidito.
Observo
como voltean mis tíos y saludan afectuosamente a sus vecinos, ríen y se
acuerdan de lo diferentes que eran las épocas. Se despiden afectuosamente y las
puertas se cierran.
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