Pequeña Kiara

Todos sabemos que tener en nuestras vidas una mascota es sinónimo de amor incondicional, travesuras, juegos, rabietas, pero sobre todo mucho amor. 
Ese amor llegó hace 10 años en los que una caja de cartón era mucho más grande que lo que llevaba dentro. Y cuando finalmente la tuvimos en nuestros brazos, claro que no llegó la caja entera, las primeras características de la perrita que nos acompañaría una década, era su gusto por el cartón. 
Parecía un pompón negro con algunos matices cafés, bastante esponjosa y ya con signos de un carácter fuerte y determinado. Al llegar a casa todos los olores parecían nuevos y extraños, y tenía un movimiento raro en la cabeza como si estuviera bailando al compás de la música de bollywood. 
Cuántos sustos no habremos tenido pensando que se había perdido en toda la casa cuando era cachorra, la casa, seguro parecía un jardín de diversiones para esa pequeña que no cesaba de mover su cabeza. Un día ya no fueron necesarias las barricadas para evitar que salga de su cerco, ya dominaba perfectamente todo el territorio. 

Creció grande y fuerte como ella sola, así como crecía en fuerza también se afirmaba ese carácter tan propio de ella, peleas, mordidas, ladridos, bienvenidas y muchas anécdotas nos acompañaron. Pensamos que sería eterna, esos ojos dulces, sus rastas que eran intocables, su gusto incesante por destrozar cartón y su compañía en las noches de desvelo, o mientras preparábamos algo en la cocina. 
Cuánto voy a extrañar que me cuente cómo fue su día, esa mezcla de ladridos con reclamo y cariño al llegar a casa, ver de lejos dos patitas color mostaza sobre la reja de la puerta y una cabeza pequeña que se asomaba en cuanto nos sentía llegar.
Compartir pacay o verla saltar por alcanzar uno, tener el gusto por la fruta y cuidadosamente sostener el pacay entre sus patas y comerlo con gusto es algo que solo ella podía hacer, o más bien se le podía ocurrir. Voltear los platos de comida o arrastrarlos para pedir un poquito más, los toques sutiles de sus patas en las piernas porque quería un poco de comida o esos que te hacían regañarla porque te había dejado su huella en la piel. 
La pequeña Kiara ya sentía el peso de los años en su cuerpito, su espíritu quería seguir corriendo, pero su cuerpo ya no la dejaba. Corría vigorosamente una, dos, tres, cientos de vueltas en el jardín trayendo en el hocico una de sus pelotas que apenas cogía entre los dientes, palos de las ramas que habían sido podadas o simplemente ella buscando alguna manera de jugar. 
El último año su energía se fue apagando, nuestra pequeña Kiara ya no era ese can joven y fuerte que pasaba los días jugando, le aquejaban muchos dolores en la cadera, la artritis también invadió su cuerpito y veíamos todos con nostalgia los juguetes que le quedaban. 
La perdimos hoy, pienso que ella sabía cuándo terminaría todo, estuvimos con ella, le hablamos, le dijimos que se sentiría mejor y que debía tomar sus medicinas. Fuimos ilusos, ella sabía lo que vendría, muchos días se sentó lejos de nosotros, un poco de sol y sus inseparables mantitas la abrigaban. Pero sí, su corazón sintió el día, cada vez más desganada, cada vez más solitaria. Pequeña Kiareja, qué vacío tan grande uno siente al saber que no me contarás cómo fue tu día, que esas pelotas de colores se quedarán sin su dueña y no las veremos más rodar en el jardín, mientras tus orejas se mueven mientras corres. 
Gracias por la dulce mirada ayer por la noche, gracias porque nos permitiste decirte que te queríamos y pensar por un momento que serías eterna. Te encontramos rodeada de plantas, de esas que en algún momento estuviste celosa y dormiste sobre tus almohadones, apoyando tu cabeza, esperando que terminará. La mañana fue triste para nosotros, pero quiero pensar que dormiste rodeada de flores y un sutil aroma a limón, ahí en el jardín que fue tuyo para tus travesuras y tus metidas de pata. 
Gracias por haber sido modelo, compañera, gracias por no haber sido egoísta y darnos los mejores años de tu vida. Gracias porque hasta el último momento que tuviste fuerzas me moviste la cola y en silencio te despediste. Gracias pequeña por cada huella, ha quedado muy grabada en nuestros corazones. 

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