Capítulo 7: La goleada
¿Alguien recuerda
cuál fue la mayor goleada en la historia del mundial?
Pienso que la impotencia tuvo que ser uno de los sentimientos que más predominaban sobre ese partido.
Pienso que la impotencia tuvo que ser uno de los sentimientos que más predominaban sobre ese partido.
Crees que puedes
reponerte sobre un 2-0 que tienes 90 minutos para pelear cada balón, pero en
realidad las perspectivas cambian cuando estás perdiendo 12-0 y no ves
probabilidades de empatar el marcador, ni siquiera debes tener la voluntad de
salir a la cancha y pelear por un gol, simplemente te sientes vencido.
Exactamente así
me sentí el viernes: vencida.
Recuerdo bien que
una noche antes sentí algo de molestias en la muñeca en los dedos, nada que no
hubiese sentido antes. Ni si quiera me animé a tomar un calmante porque estaba
costumbrada a esa sensación. En un rango del 1 al 10 hubiera calificado mi
dolor como 5 o 6.
Hice todo lo que
normalmente suelo hacer, gimnasio, un poco de comida, algo de agua caliente
para ayudar y pensé que estaría lista para dormir. Pero todo empezó a las 5:30
de la madrugada, como aquella vez en que todo mi brazo izquierdo se paralizó.
Esta vez la que
se quedó quieta fue mi muñeca, prácticamente la muñeca con mis cinco dedos como
si fueran de palo. Intentaba coger algunos objetos, incluso usar las cobijas
para taparme mejor pero no lo logré, totalmente inutilizada.
Esos primeros 45
minutos para mi fueron mi 10-0, tuve que recurrir a mis papás, pero acordamos
en esperar a que amaneciera para llamar al doctor y saber qué podíamos hacer. Mi
entretiempo fue mucho más largo que los 15 minutos de siempre, esperé como dos horas
hasta que amaneciera, mi cuerpo técnico venía de vez en cuando y tomaba mi mano
como cuando era niña, buscaban que el sueño pueda más que el dolor y logre
descansar un poquito más.
En mi cabeza me
preguntaba por qué no era sábado, cómo podría enfrentar ocho horas en mi
trabajo muriendo de dolor, suelo estar más cansada cuando tengo alguno de esos
ataques y solo quiero dormir. Estaba vencida, no quería seguir jugando y no
tenía cambios disponibles en el banco, literalmente no puedes mover los dedos y
piensas que al intentarlo tus dedos se quebrarán como un cristal por el
esfuerzo.
Al fin pudimos
llamar a mi médico, nos recomendó tomar nuevamente algo de corticoide, esta vez
una tableta entera y visitarlo por la noche para ver mi evolución. Obviamente necesité
mucha ayuda, gracias por Dani y mi mamá que ahora literalmente tienen a una
muñeca para vestir.
Poco a poco fui
mejorando, los dedos fueron haciéndose menos pesados y el movimiento cada vez
parecía más natural. Lo usual es que después de algún ataque fuerte sienta mi
cuerpo adolorido, como si me golpearan sin cesar por horas, esa es la sensación
que quedaba en mis dedos. Cuando fui a ver al doctor notó mucho la mejoría, y
ahora estoy escribiendo esto con la misma velocidad a la que están acostumbrados
mis dedos.
Ese mismo viernes
no recuerdo las veces que estuve en oración, solo repetía la palabra valor y
fortaleza, que pase pronto por favor. Y el Señor al terminar el día me mostró
cómo obra, cómo pueden estar oscuros los días y al mismo tiempo cómo el va
haciendo las cosas nuevas cada día.
Quizás perdí ese
partido, por goleada, con lesiones, agoté todas mis posibilidades y me venció.
Pero después de ese juego estaba el Padre celestial listo para abrazarme y
decir que no había perdido nada, porque estaban ahí Dani, mi papá, mi mamá y
Quique.
Ese equipo que
está incondicionalmente para hacer los días más llevaderos, más felices, no he
perdido nada, en realidad creo que estoy ganando mucho más de lo que tenía.
Comentarios
Publicar un comentario