Jornada festiva: Qué vida!

Hoy estuve conversando con algunos compañeros que comparten la misma afición que tengo por escribir. Algunos los llaman esos locos hippies que todavía tienen (o quizás mejor dicho tenemos) la valentía de creer en los proyectos que hacemos y pensamos que un día llegará a ser tan grande como esas revistas que leímos cuando éramos jóvenes que finalmente nos introdujeron al mundo del periodismo cultural que nos apasiona tanto.
Durante esta tertulia uno de ellos mencionó lo mucho que le gusta viajar, y el sólo hecho de escuchar la palabra me hizo sentir la necesidad de escribir sobre un viaje que realicé hace algunos meses. En especial porque le tengo cariño.
Era la media noche y acababa de cumplir 24 años, recuerdo que solía planificar pequeños festejos con grupos de amigos de diferentes espacios que frecuento para celebrar mi aniversario. Esta vez era diferente literalmente estaba varada en medio de una ciudad pequeña rodeada d ela incomodidad de tener que dormir en una estación de trenes esperando que ocurra algún milagro para que mi medio de transporte llegue "en hora".
Preguntaba en ventanilla una y otra vez a qué hora llegaría el tren. "Ocurrió un incidente inesperado en Villazón, máximo se retrasa una hora". Por lo menos esta información fue el primer comunicado que la empresa responsable del transporte nos dio. La hora se transformó en dos o tres más y finalmente tuvimos que tomar el tren casi a las siete de la mañana.
Por supuesto que sabía que pasaría mi cumpleaños sobre rieles perono creí que tendría que dormir entre dos maletas soportando las bajas temperaturas y posteriormente un dolor de espalda. Pero todo ese dolor se compensa con la sensación de estar rodeada de paisajes únicos cuando te encuentras en la mitad de la nada sólo al compás de una locomotora.
De vez en cuanto tenía algunas barras de señal en mi teléfono y llegaban los mensajes de felicitación, a pesar de que mis compañeros de viaje estaban tan cansados como yo insistí en pasar por el vagón comedor para tener un desayuno cumpleañero. No hay sensación que se compare a la de sentarse en el vagón comedor y ordenar un desayuno americano que viene acompañado de uj jugo de naranja, revuelto de huevos, diferentes tipos de panes, mermelada y mantequilla. Pero todos estos sabores tienen como paisaje el imponente altiplano donde de vez en cuando unas vicuñas aparecían corriendo o bebiendo agua de los riachuelos que se distribuyen en el camino.
Durante esta comida tenía como compañera de viaje a mi hermana y una señora mexicana que nos contó que el único lugar que le quedaba por conocer de Bolivia era Santa Cruz y Sucre, aprovechamos para darle unos cuántos tips sobre ambas ciudades y los lugares turísticos que albergan. Finalmente cuando terminamos nuestros respectivos desayunos, nos despedimos y nos dijo: estoy en el siguiente vagón, tengo cartas por si acaso.
Retornamos a nuestro vagón y tomé asiento a lado del petit, aún estaba fatigado por las horas que pasó despierto esperando que llegue el tren así que prácticamente lo encontré dormido.  Me acomodé en mi asiento que estaba cerca de la ventana y tomé el libro que elegí para el viaje. Era un libro hermoso (en realidad sigue siendo) de tapa dura y papel sábana. De esos libros que ya no encuentras por el tipo de encuadernado y el olor de sus hojas que parece que desprende historia, Terminé de leer durante todo el trayecto Ben Hur y casi estábamos alrededor de las doce del mediodía. Era el turno para almorzar con el petit, viajar en una locomotora te hace volver en el tiempo, es un viaje en el que el pasado cobra vida y de repente te sientes en un film de western cuando atraviesas los vagones y observas las rieles debajo de tus pies. O te sientes dentro de uno de los libros de Agatha Christie cuando observas las personalides y fisonomía de los pasajeros. Durante nuestra pequeña travesía hacia el vagón comedor, las personas ya tenían otras actividades, algunos jugaban cartas, otros leían libros y otros estaban atentos a una de las tantas películas que vimos en nuestras seis horas de viaje.
Para un viaje en tren, en medio de desiertos, unos cuántos pueblos separados por  miles de kilómetros, la cocina del tren estaba bien provista. Tenían en el menú verduras frescas y platillos que no tienen nada que envidiar a un restaurante. Pedimos dos platos de "Lomo montado" y esta vez tuvimos una mesa para dos.
Unas cuántas horas más de trayecto hasta que comenzamos a divisar un paisaje distinto, se levantaban unos cuántos edificios y el tráfico de automóviles era más freceunte. Ya estábamos en medio de la ciudad, la siguiente parada era la terminal de buses para conseguir boletos que nos lleven hasta Cochabamba. Guardaba una pequeña esperanza de llegar antes de las sesis de la tarde y tener la valentía de festejar mi cumpleaños. Pero no era posible, en esa época se estaban haciendo arreglos en la carretera a Oruro así que la doble vía estaba cerrada y el transporte en general era bastante lento. Ya tenía cinco barras de señal en mi celular cuando llegamos a Vinto, aquel clima y paisaje altiplánico había quedado atrás y ante nuestros ojos teníamos vegetación y una sensación térmica bastante agradable.
Quedaron atrás las altas temperaturas, la ropa abrigada y esos amaneceres y ocasos que son únicos en su belleza. Finalmente estábamos en casa, pero fue el momento en el que me di cuenta que no me molestaría pasar cada nuevo año en un lugar extraño, dejando que mis sentidos tomen las fotos que no se puedieron lograr con una cámara. Despertando con la sensación de estar lejos y al mismo tiempo sentirme en casa. Con la convicción de que mi vida será un diario de viajes y tengo lugares para contarlo.


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